Como ya confesé hace unos días por Instagram, llevo un poco más de un mes haciendo crossfit. Una fisioterapeuta de suelo pélvico haciendo deportes hipepresivos. ¡Que contradicción! ¿no?
Objetivamente no es una práctica deportiva que recomendaría a alguien con problemas de suelo pélvico, igual que no la recomendaría a alguien con un esguince de tobillo o cualquier otra lesión musculoesquelética sin tratar. Pero si mi suelo pélvico está sano la pregunta es ¿y por qué no?
Así que partimos de la base de que tengo un suelo pélvico sano y seguimos con la premisa de que quiero seguir teniéndolo: ¿cómo lo hago entonces?
Con esta entrada quiero iniciar una serie de publicaciones en las que iré describiendo qué es lo que hago para compensar las hipepresiones y empezaré contando mi primera experiencia «desagradable» que me animó a compartir información con vosotras: mujeres sanas que hacéis o queréis hacer Crossfit.
La historia comienza un día cualquiera a las 8 de la mañana. Llegué al box y me encontré con el instrumento del demonio: la comba. Cabe decir que yo no había saltado a la comba desde que era pequeña y que solo el hecho de pensar en ello no gusto demasiado a mi cerebro.
Pasadas las dificultades iniciales de re-aprender a saltar, darme cuenta de que soy bastante arrítmica y demás cuestiones, conseguí dar bastantes saltos continuados y fue entonces cuando lo noté: os aseguro que noté el movimiento de mis vísceras dentro de la pelvis a cada uno de mis saltos. Os puede parecer una locura, pero os puedo asegurar que la propiocepción de un/a fisioterapeuta llega a otro nivel.
Ahí fue cuando una vocecita interior me dijo: «Objetivamente, esto no puede ser bueno». Y sigo afirmando que no lo era. Me sentí muy incómoda el resto de clase porque pensaba que eso mantenido en el tiempo y con las repeticiones suficientes, sumado a mi profesión (paso mucho tiempo de pie), podría ser un factor predisponente a la aparición de un prolapso de órganos pélvicos.
Así que mientras saltaba pidiendo perdón a mi útero, a mi vejiga y a mi pelvis en general por aquello que le estaba haciendo, busqué una solución:
¡Un pesario! Tradicionalmente los pesarios se han venido usando desde ginecología para corregir prolapsos de órganos pélvicos o incontinencias de manera conservadora para retrasar o evitar la opción quirúrgica. Hasta hace poco tiempo, los pesarios los colocaban en el servicio de ginecología, se pautaban medidas higiénicas y se dejaban puestos hasta la siguiente revisión. Esto provocaba limitaciones en la vida diaria de las mujeres imposibilitando por ejemplo las relaciones sexuales con penetración.
Afortunadamente la ciencia y el pensamiento avanzan y ahora podemos instruir a la mujer para que pueda ponerlo y quitarlo ella misma y así usarlo también para otros fines, como por ejemplo LA PREVENCIÓN.
Aquí entra mi caso. Elegí este tipo, que es un pesario en forma de cubo que lo que hace es rellenar el espacio aportando sujección a mis visceras cuando las someto a situaciones de presión excesiva como puede ser el salto a la comba, al cajón, o la carrera continua.
He cogido la talla más pequeña para que el soporte no sea tan grande como para que mi musculatura de suelo pélvico no trabaje. Solo lo utilizo para aligerar la carga, no para quitarla completamente.
Por supuesto, no lo uso todos los días, sino que la noche anterior miro el trabajo de la mañana siguiente y lo uso únicamente si hay ejercicios que conlleven demasiada presión y lo retiro después de terminar el entrenamiento.
Esto no es lo único que hago para compensar, si estás interesada en saber mi rutina completa.. ¡estate atenta! y sígueme en Facebook, Instagram o ¡suscríbete!